Ciudad Circular, El metabolismo de San Pedro de Macorís como catalizador para el desarrollo urbano sostenible en República Dominicana, una perspectiva desde Colombia

Resumen

PRÓLOGO: LAS OTRAS CARAS DE ESTOS TIEMPOS

Tiempos en pausa, tiempos con otra medida, tiempos no esperados, tiempos alejados, tiempos expandidos, tiempos domésticos; nosotros domesticados, obligados a permanencias infinitas en casa. La casa, nuestro segundo espacio habitado después del cuerpo, no necesariamente representa un lugar seguro, cómodo, tranquilo para todos; mientras sí ha resultado ser un mercado potencial para promover el consumo en estos tiempos. Ahora los medios, las marcas, las empresas, los gobiernos nos están vendiendo el mensaje reiterado de la casa como “lugar de felicidad” “lugar seguro” dejando en el olvido las realidades frágiles de América Latina; el desempleo, la violencia, la inseguridad, la informalidad y la desigualdad, que para estos tiempos no son más sino grietas que refuerzan las marcas de la inevitable ruptura.

Entonces ¿quién puede realmente quedarse en casa? El tiempo no pasa de igual manera para todos. Las familias que viven de su ganancia diaria solo han aplazado el inevitable pago de su renta, sus facturas, sus alimentos e incluso han dejado en pausa pagos por educación, salud y bienestar. Una sumatoria de pendientes, que además de la preocupación por mantenerse sanos en circunstancias inesperadas, indudablemente agregan tensiones a la convivencia, la interacción y los modos de establecer relaciones con los otros y con los lugares.

La ciudad entrelaza sistemas construidos, naturales y socioculturales de alta complejidad incluso con temas que en América Latina aún no se han resuelto y que para estos tiempos que estamos viviendo; enfatizan el llamado a una Ciudad con mayor accesibilidad, inclusión, seguridad, al final, un lugar con mejores condiciones para el desarrollo de la Vida. Este acceso a la Ciudad tendría que ser democrático, para no ocupar solamente un espacio en el tejido urbano sino ser parte de él, trabajar y participar en la ciudad contribuyendo con las capacidades propias. Estas ciudades, las nuevas y las que ya existen, tienen que ser proyectadas de manera resiliente y sostenible, reconectando naturaleza y tejido urbano. La naturaleza es entonces nuestro primer antiviral y debemos reducir nuestro impacto directo sobre la naturaleza: la pérdida de los ecosistemas, la contaminación del suelo, agua y aire, el comercio ilegal de las especies animales no solamente está incrementando el riesgo de difusión de las pandemias sino también su intensidad y frecuencia. Por el otro lado, la difusión del virus a nivel mundial, la consecuente suspensión de las actividades económicas e industriales, las disminuciones de la circulación de vehículos han demostrado una caída en los niveles de contaminación del aire y agua; esto parece ser un mero efecto pasajero porque al menos en Colombia, esta escena pareció ser una escena temporal donde la mayoría de los personajes seguimos siendo los mismos haciendo lo mismo, superviviendo.

El metabolismo urbano en sintonía con la naturaleza hoy es más actual e indispensable, Bill Mollison conocido como padre de la permacultura, había destacado ya la necesidad de desarrollar principios de diseño urbano con una gestión integrada de los recursos y de revertir las políticas urbanas cuanto antes para evitar la desaparición de nuestra civilización a causa de la contaminación ocasionada por el hombre y los cambios climáticos (Mollison, 1979). Más de 40 años después, sus palabras suenan extremadamente pertinentes mientras que la nueva generación de arquitectos, diseñadores y creadores de ciudades sigue explorando maneras (aunque todavía tímidas) de trabajar con la naturaleza (no en contra) para entender su funcionamiento y generar ciudades más sanas.